Perdonen las molestias, estamos cambiando el mundo



Recuerdo como antes de que arrancara la campaña electoral que acaba de concluir todos querían ser como Obama, tener su facebook, su cuenta de twitter; no faltaban los que aseguraban que estaban dispuestos a escuchar a la gente, a participar en la conversación y… por supuesto, nadie renunciaba a ganar las elecciones también en Internet
Escribo esta vez a bote pronto mientras releo «comunicación inalámbrica y las comunidades de práctica insurgente» en Comunicación y Poder, de Manuel Castells, publicado en 2009.
Un documentadísimo estudio cuya lectura abrirá los ojos a quienes se sorprenden del éxito del #15M. Y, entre ellos, especialmente a aquellos que ven en el Norte de África la inspiración del movimiento de los indignados olvidando lo que sucedió en Madrid tras los atentados del 11 de marzo de 2004 o, más cerca en el tiempo, cómo se gestaron las protestas de los opositores al canon digital o contra la Ley Sinde o la iniciativa #nolesvotes.
Esos tres últimos movimientos también surgieron en la Red y saltaron a la calle; y de ahí, a las páginas de los periódicos y a las aperturas de los informativos de radio y televisión. Tres movimientos que comparten de igual manera el desprecio de los voceros del ‘sistema’ que han ignorado de forma sistemática las señales que vienen avisando -incluidas las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS – de que el individualismo en red y el comunalismo -dos características de los usuarios intensivos de la tecnología para compartir intereses- empiezan a ser entre nosotros algo más que un fenómeno ‘friki’.
Dejando a un lado ese asunto, me detengo algo más prosaico: la eficacia de esa Comunicación ‘convencional’, a la que dedicaba su último post en iLUNiK Puy Trigueros.
Datos, muchos datos, recogidos a pie de calle y en las salas de máquinas -ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autónomos, parlamentos- a lo largo de cuatro años de legislatura en los que, se supone, todas las formaciones políticas, en mayor o menor medida tienen contacto con las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos.
Recursos humanos, técnicos. Y mucho dinero, entre 25 y 30 millones de euros, que salen de nuestros bolsillos -les votemos o no- puestos al servicio de un sólo objetivo: captar electores.

Para ello, sesudos analistas nos agrupan intentando identificar perfiles y públicos -simpatizantes, indecisos, indiferentes, no simpatizantes- analizan nuestras necesidades y expectativas y hasta ‘cazan’ tendencias con el fin de diseñar mensajes que se han difundido fundamentalmente en esos carteles que empapelan las calles y en los anuncios que hemos oído en la radio y visto en los periódicos. Todos ellos soportes para propagar ideas fuerza con las que los candidatos han intentado parecerse a nosotros, sintonizar con nosotros, incluso confundirse con cada uno de nosotros con un propósito: hacer creíble su mensaje, ese con el que nos han querido dejar claro que les preocupan las mismas cosas que ti y a mi y que, en un momento dado, a la hora de las soluciones, hasta compartimos ‘caja’ y hasta ‘herramientas’.
Eso en el argot de la comunicación se traduce en ‘colocar’ el mensaje.
¿Y qué ocurre cuando alguien coloca un mensaje? Pues que tu y yo lo comentamos en la calle, que es objeto de análisis en los medios de comunicación y, ese debe ser el verdadero filtro de calidad para corroborar su éxito, que consigue que los humoristas lo hagan suyo, lo retuerzan y lo expriman.
Ahora, echemos un vistazo a lo ocurrido desde el domingo 15 de mayo.
Ese día arrancaba la última semana de campaña. Los equipos de todas las formaciones políticas tenían todo preparado para la traca final; el último esfuerzo dirigido a movilizar a los indecisos y, por supuesto, colocar los mensajes más efectistas.
Y en ese momento, cuando todos ellos se preparaban para rematar, el mensaje que realmente se ha colocado en todas las agendas -desde los candidatos a los medios de comunicación responsables, en gran medida, del éxito de la movilización- es el (de)construido por personas que han utilizando la Red para comunicarse y articularse.
Todo un éxito de la «autocomunicación de las masas» en redes horizontales, al margen, faltaría más, de los medios de comunicación convencionales retratados, crudamente, como parte esencial del ‘sistema’.
«La sociedad red es una sociedad global. Ello no significa que las personas de todo el mundo participen en las redes. De hecho, por ahora, la mayoría no lo hace. Pero todo el mundo se ve afectado por los procesos que tienen lugar en las redes globales de esta estructura social» es una de las tesis que sostiene Castells.  En el fondo, el choque de dos modelos, dos formas de hacer e incluso de concebir la Comunicación.
Dos formas que deben convivir, sin darse la espalda. Del mismo modo que convivimos, hoy todavía como suele recordar Genís Roca, personas que vieron nacer el cine, las que descubrieron un día la magia de la radio, las que se quedaron pegadas por primera vez a una aparato de televisión y los que hoy nos peleamos por usar Internet; eso que nuestros más pequeños no ‘ven’ porque para ellos no es una tecnología.
En 1991 Geoff Mulgan advirtió que «las redes se crean no sólo para comunicarse, sino también para posicionarse, para imponerse en la comunicación”. Cosa que, con todo lo que hay en juego cuando de comunicación se trata, va provocar algo más que molestias entre quienes conforman el establishment.
Un nivel de incomodidad que tiene mucho que ver con las nuevas posibilidades que los ciudadanos empiezan a tener a su alcance para exigir a los responsables políticos -rendición de cuentas– y que  debe ser lo que tanto inquieta a algunos cuando se ven inmersos en un cambio de época, que no una época de cambios.
P.D. Si has llegado hasta aquí, gracias por tu paciencia. Ah, si lo tuyo no es la Política, releelo pensando qué pasa con la comunicación de tu organización o empresa.
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